jueves, 16 de febrero de 2017

Envejecimiento y Familia.






  *   Gustavo J. Pérez Zabatta  . 


"¡Que importantes son los abuelos en la vida de la familia  para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe  que es esencial para toda sociedad!"  (PAPA FRANCISCO. Reflexión antes del rezo del Ángelus, JMJ Río 2013, 26/07/2013)

Cuando me propuse trabajar el tema envejecimiento y familia, inmediatamente surgieron en mí una serie de preguntas, que al tiempo que me interrogaba, me movilizaban, resonándome todo tipo de historias. De las buenas. De las malas.
¿Cuál es el lugar de un adulto mayor, en la estructura familiar del siglo XXI? ¿Qué vínculos establecen hoy con sus hijos, con sus nietos? ¿Qué relaciones establecen con el resto de su familia? ¿Y con los vecinos, amigos, otros? ¿Podemos hablar hoy, de solidaridad intergeneracional? ¿Qué podemos decir de los cuidadores de ancianos y de sus cuidados? ¿Cómo afectan la situación socio – económica estos vínculos familiares y sociales en general? ¿Por qué el abuso y maltrato en la vejez, suele tener como protagonistas a los propios miembros de la familia, en un alto porcentaje?
Es así que dividiré este trabajo en tres partes. En una primera trabajaré las temáticas del proceso de envejecimiento y su relación con los tipos de familia. Una segunda parte dedicada a las relaciones intergeneracionales y una tercera dedicada al abuso y maltrato del adulto mayor, en el seno familiar.
Por lo menos desde que nacemos, - no pocos sostienen que antes -, nos vinculamos con otro. Partimos desde un lugar inicial de auto-indefensión total, de suma dependencia y de necesidad de cuidados. Nuestro psiquismo, va desplegando una “ligazón” libidinal con aquel objeto exterior (o inicialmente interior, no podemos dar cuenta) con el propósito de poder garantizar nuestra existencia. Son estos primeros vínculos, familiares y sociales, desde edades muy tempranas, los que marcarán la huella del camino que recorremos, nuestros futuros vínculos, nuestras formas de relacionarnos, nuestra manera de ser con y junto a otros.
El sigo XX, de la mano de sus avances en materia de salud y bienestar, trajo efectos demográficos que produjeron, cambios en la estructura familiar impensables en otros momentos. Hoy, una persona de mediana edad, 40, 50, 60 años, cuenta aún con uno de sus padres vivos o incluso a ambos. Ser adulto mayor e incluso abuelo, dejó de ser un privilegio. La abuelitud es una condición que incluso podemos vivirlo a edades muy tempranas. A todo esto, por convención, se lo suele llamar tercera edad.
Podemos ver hoy familias ampliadas, de cuatro generaciones, conviviendo o no juntos. Porque cuando decimos conviviendo, no nos referimos a que viven bajo el mismo techo. Esto cada vez es menos frecuente. Nos referimos a el concepto amplio de familia, incluso, hasta forzado en algunos casos.
De manera tal que, en el Siglo XXI no resulta raro ver que la red familiar se ha ampliado. Podemos hablar de familias con hijos, padres, nietos, abuelos y bisabuelos. Por supuesto que, esta condición numerosa familiar ha traído cambios y modificaciones en las relaciones intrafamiliares.
La familia del Siglo XXI, ha sufrido cambios notables en todos sus niveles. Cambios en su imagen, en las relaciones de pareja, en sus relaciones contractuales legales, en las relaciones padres e hijos e, hijos y padres entre sí. En su dinámica, en su función, en sus roles.
Al modelo único tradicional de familia se le han sumado nuevos modelos como el matrimonio alianza, el matrimonio fusión y el matrimonio asociación. A su vez, si consideramos la cantidad de miembros, a la familia tradicional conocida como nuclear, compuesta por los esposos o pareja y los hijos, podemos sumarle la ampliada o extensa, dónde incluimos a los abuelos, bisabuelos, otros parientes, etc.
No obstante, hoy en día, es cada vez más visible el incremento de hogares unipersonales. Todo esto a consecuencia del aumento significativo de los divorcios, el descenso de la voluntad de cohabitar por parte de las personas – por lo menos a tiempo completo – y, las llamadas familias monoparentales. Todo este escenario, se ha fortalecido con el descenso de la fecundidad y el retraso por parte de las parejas en encarar proyectos tales como maternidad o paternidad, en virtud de la situación socio económica, las obligaciones laborales y la preferencia por proyectos profesionales, antes que familiares. En la mayoría de los países desarrollados, mientras la tasa de longevidad sube, la tasa de natalidad baja.
Pero, “¡Ay, si la veteranía fuese un grado...! Si no se llegase huérfano a ese trago... “ Fragmento Llegar a Viejo. Joan Manuel Serrat.
 Y es en este escenario donde surgen las vejeces. Y hablamos de vejeces y no de vejez, porque entendemos desde la gerontología, cada proceso de envejecimiento como singular, único e irrepetible. Y a la vuelta del recorrido entonces, vamos a poder visualizar otro prejuicio. Otro más de los tantos, que sufren nuestros adultos mayores. Y es la orfandad de la vejez, como rezan los versos de Serrat. Pero, la orfandad de la vejez o mejor dicho de las vejeces, creemos tiene que ver con una situación existencial, no resuelta por cada ser humano, pero también colectiva y social, más que con nuestra propia vejez.
Nuestras vejeces pueden brindarnos un tiempo de aislamiento y oscuridad, y el imaginario social de nuestra sociedad prejuiciosa de esto mucho sabe. Pero también, un tiempo inconmensurable para estar con y junto a otros, para revitalizar y reavivar nuestros vínculos, para generar nuevos o ponerles fin a vínculos tóxicos, desgastados, sin valor agregado. Diríamos entonces: “Ay, si el hombre”. Porque somos nosotros mismos, desde nuestra autoconsciencia, que nos cuesta aceptar la propia finitud, la angustia, el desconsuelo. Recurrimos al mecanismo de echarle la culpa al otro, de proyectar en el otro, de patear la pelota fuera, dónde resulta la vejez o las vejeces de los otros, la invitada ideal que paga los platos rotos, por aquello que no supimos construir a lo largo de nuestras vidas o, vemos en otros lo que no podemos aceptar en nosotros mismos. Porque el envejecimiento no se nos “amaneció” con el sol de la mañana. Fue y es un proceso de cada día. De toda la vida.
Por lo general, a los adultos mayores no les gusta que se los llame abuelos, especialmente si no lo son, es decir, si no tienen nietos. La abuelitud es un rol, que se ejerce como cualquier otro rol, de acuerdo a nuestras historias y relaciones anteriores. Lo previo remite a esas huellas vinculares de las que hablábamos al inicio. Suele suceder que, las relaciones entre los abuelos y los nietos están condicionadas por las relaciones previas que existen entre estos padres de sus padres y los padres de sus nietos. Y así tenemos los “abu”, “nonno”, “nonna chiquita”, “tata”, “mamá grande”, “mamá vieja”, etc.
Existen distintos modelos de abuelitud: los hay distantes, pasivos, activos, comprometidos, ausentes, etc. Por lo general los abuelos son percibidos en forma muy positiva cuando los nietos son pequeños y, menos, cuando se hacen grandes, cuando crecen. Especialmente si estos abuelos participaron de su cuidado, resultando de esta forma, figuras significativas que se inscriben en su psiquismo de acuerdo a estas intensidades y experiencias vividas.
Entre los adultos mayores y la familia, se van a producir relaciones recíprocas, en la medida que las capacidades físicas y económicas, acompañen de buen grado estas relaciones. En un mundo envejecido, las personas vivimos más. Esto trae aparejado, un aumento de las enfermedades crónicas dependientes. Esta situación produce que, sea por lo general la familia la que inicialmente cuide y atiende en su propio domicilio o en el domicilio del adulto mayor, al anciano dependiente o en vías de serlo.
A medida que la dependencia avanza, se prolonga en el tiempo, la familia lo empieza a vivenciar como un serio problema, limitante, dado que siente una exigencia progresiva en el cuidado, aumentan las presiones, se agotan los tiempos y, el adulto mayor se vuelve más y más dependiente. Es en este momento cuando comienza a considerarse seriamente en el seno familiar, la necesidad de institucionalizar al anciano, medida que a prima facie, produce “alivio” ante la creciente exigencia.
Una familia positiva le brinda al paciente geriátrico en su atención, afecto y contención. Esto puede extenderse al momento de la institucionalización. Es verdad que, desde el campo gerontológico, estamos a favor de no institucionalizar al anciano hasta que no haya otra alternativa posible. Pero una vez sucedido, la familia suele desentenderse por completo. Y esto no tiene por qué resultar de esta manera. La familia puede seguir procurándole el afecto que éste estaba acostumbrado a recibir dentro del hogar. Aunque por lo general el desentendimiento, es por lo general, mera continuidad de lo que ya venía sucediendo en el hogar.
Hablábamos antes de relaciones recíprocas entre los ancianos y la familia. En estas relaciones, la familia ayuda al anciano y éste a la familia. ¿Pero qué pasa cuando no existe tal solidaridad y reciprocidad? Lo que se ve en la práctica es que las relaciones entre los ancianos y la familia (hijos, nietos), pasan por dos etapas. Una primera sin conflicto, cuando el anciano es auto-válido independiente, física y económicamente e incluso ayuda con dinero a los hijos y con cuidados a los nietos, para que sus padres puedan trabajar. Y la segunda es la que más o menos describimos en los párrafos precedentes, cuando el anciano ya no puede valerse por sí mismo.
Podríamos suponer que, ante la necesidad de cuidados de un adulto mayor, los integrantes adultos de una familia, compartirán responsabilidades. No obstante, lo que en general sucede es que son las mujeres, especialmente si son solteras, viudas o sin hijos a cargo, las que “sienten” que están obligadas a convertirse en las cuidadoras de ese anciano no auto-válido. La mayoría de los hijos varones o nietos, ayudan desde lo económico, reproduciendo en esta etapa evolutiva de sus padres, el mismo esquema del “macho proveedor”, con el cual sus padres varones ahora ancianos, contribuyeron con ellos en su infancia. Debemos reconocer, no obstante, que muchas de estas modalidades y roles están cambiando en la sociedad.
Volviendo a la mujer, su condición de género o estatus de soltera, viuda, etc., no la forma para ser cuidadora de una persona dependiente. Esto genera muchas veces, de un cuidado poco experto de la persona dependiente y de un desgaste físico, emocional en la mujer en su nuevo rol de “cuidadora” que pronto estalla en conflictos intra-familiares, con desatenciones, reclamos y un deterioro en la calidad de vida de todo el contexto familiar. Es el momento de la institucionalización como única alternativa. Sin embargo, ni es el momento, ni es la única alternativa. Hoy en día, cada vez más personas estudian y se esfuerzan por formarse como “cuidadoras / es” capacitadas / os, especializados, e incluso con certificaciones oficiales. Así nace una de las salidas laborales que más está creciendo en nuestros días, que es el de acompañante terapéutico gerontológico, asistente geriátrico y / o gerontológico, etc. Es que, si vamos a un mundo cada vez más envejecido, veremos cada vez más enfermedades crónicas que terminan en la dependencia y por ende, la necesidad, cada vez más visible de personas especializadas en estas labores.

La ventaja de contar con profesionales en el cuidado de ancianos dependientes, es que pueden identificar los factores de riesgos en las familias, que posibilitan, se evite la institucionalización temprana del adulto mayor, interviniendo no sólo en los cuidados de la persona dependiente, sino también sobre los cuidadores familiares primarios - nuestra buena mujer desgastada física y emocionalmente -, y aportar al sostén y al apoyo necesario, que evite esos conflictos intra-familiares desatados a los que hicimos referencia, cuando no se obra de manera correcta, ya sea por desidia, ingenuidad o peor aún, por ignorancia.
(el presente articulo es parte de los temas a desarrollar en el proximo curso de Psicogerontologia en Campo Vincular Salud)

* *Gustavo J. Pérez Zabatta:  Gerontologo, Psicologo social, Director CESA, Centro de Estudios Sociales Argentino. 
    Fotografia:  Elliot Erwitt





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