* Gustavo J. Pérez Zabatta .
"Los que en realidad aman
la vida, son aquellos que están
envejeciendo. Sófocles"
En este
texto, nos proponemos seguir pensando sobre el proceso de “vejeces” y familia, siguiendo
nuestro artículo "Envejecimiento y Familia. Parte I". Ahora, vamos a trabajar
especialmente los conceptos de relaciones intergeneracionales, sus
implicaciones, pero también sus marchas y contramarchas.
La soledad
en general, suele ser un tránsito duro y difícil. ¿Quién no se ha sentido sólo
alguna vez? Incluso estando acompañado, porque la soledad no implica no tener a
nadie a nuestro alrededor. La soledad de la que hablamos, tiene una dimensión
existencial más profunda y, podríamos decir, muchos destinos.
¿La
soledad porqué y para qué? La soledad como elección. La soledad como
alternativa última. La soledad como destino final.
Pero somos
seres sociales y vamos por el mundo, conformando vínculos, que, de alguna
manera, satisfagan nuestras necesidades, bajen nuestra angustia, pero posibiliten
la vida.
Dentro de
esa trama vincular, las relaciones de pares son frecuentes, al igual que las
relaciones intergeneracionales, dónde, dos o más personas de distintas
generaciones, conviven en un mismo tiempo, tejiendo vínculos que se entrelazan
con otros y otros, conformando una red que, da sostén y soporte a nuestras
vidas.
Como
cualquier tipo de relación, las relaciones intergeneracionales pueden o no ser
gratificantes. Están mediadas por las circunstancias, los contextos, las
vueltas de la vida. Pero siempre resultan necesarias, porque no somos seres
aislados, estamos insertos en sociedades y tenemos a esta “sociedad”, a este
afuera, internalizado. Es lo que con muy buen criterio el Dr. Enrique Pichón
Rivière denominó Grupo Interno. Ya el Dr. José Bleger, - discípulo de Pichón,
nos instaba a superar las falsas antinomias en Psicología como Individuo –
Sociedad, Naturaleza – Cultura y otros, con muy buen criterio.
Pero la
necesidad de las relaciones intergeneracionales tal vez, se hacen más evidentes
y necesarias en la vejez, en la tercera edad. También lo fueron imprescindibles
cuando fuimos niños y adolescentes. Porque su importancia en nuestro desarrollo
personal, social, emocional y espiritual es clave y es, en el contexto familiar,
dónde éstas alcanzan su cumbre, se satisfacen. Pero también su declive. A
veces.
Para un niño, una sana
comunicación familiar, propiciada por los adultos, padres y abuelos, expande
sus horizontes y le abre posibilidades en sus contextos más frecuentes: la
escuela, grupos de pares, clubes. En el adulto mayor, la comunicación familiar,
disipa temores, reafirma la autoestima y compensa situaciones de decremento que
son propios del proceso de envejecimiento, normales para la edad, pero que sus
consecuencias varían, de acuerdo a la posición en que el adulto mayor, se
encuentre frente a su familia y su entorno.
Hoy, contamos con abuelos
cada vez más jóvenes y bisabuelos cada vez más frecuentes, lo cual posibilita
que las relaciones entre abuelos y nietos, resulte de una intensa
significación. Un abuelo por lo general enriquece el contexto familiar,
participando activamente en la dinámica del niño que crece en esa familia. Esto
le proporciona tanto al niño como al anciano, un mundo de aprendizaje y
afectividad que era impensado no muchas décadas atrás.
Hoy en día encontramos
muchos abuelos, con nietos a cargo, dado que los padres trabajan y deben
ausentarse buena parte de la jornada. Muchas veces estas situaciones se
producen en exceso, tanto por parte de los padres de los niños, que abusan de
la “obligación” de los abuelos en el cuidado de los niños, cuanto por parte de
los abuelos, que frente a la ausencia no sólo física sino funcional de los
padres, toman atribuciones respecto al tipo de educación y vida social que deben
a su criterio, llevar estos niños.
Este contacto continuo y
cercano por parte de los abuelos con los nietos, en situación de “normalidad”,
produce un enriquecimiento a dos vías para ambas generaciones. Los abuelos en
general suelen aportar ternura, serenidad, calma y desasosiego, tiempo y
escucha, frente a padres que, en la obligación de procurar el sostén económico,
suelen delegar esta tarea.
Existen lo que se llama
Programas de Relaciones Intergeneracionales, que exceden la relación abuelos –
nietos. Son programas públicos y / o privados, que realicen escuelas, ONG, el
Estado, otros, entre adultos mayores y niños/as, que no los ligan lazos de
sangre, pero que, sin embargo, reciben de éstos el mismo afecto y cariño que
abuelos consanguíneos, sino más, y de los niños a ellos, en justa
correspondencia.
A modo de ejemplo, citamos el caso de un Programa
Intergeneracional, “Hacer del
patio del colegio un espacio de juegos intergeneracionales”. “Esta
iniciativa se enmarca en un programa
intergeneracional conjunto
que desarrollan el colegio público de Educación Infantil y Primaria San Ignacio
de Algorta y el centro de día Igurco Aiboa de Getxo, puesto en marcha en el
anterior curso académico y que en la actualidad ocupa a escolares de sexto
curso de Educación Primaria, con edades entre los once y los doce años.” Y es así cómo las relaciones
intergeneracionales, no se agotan y limitan al contexto familiar, sino que
podemos encontrar innumerables ejemplos, muchos de ellos exitosos, dónde estos
programas, no sólo benefician a los adultos mayores, sino que todas las
generaciones que intervienen resultan beneficiadas. Es muy importante, que eduquemos a nuestros
jóvenes en el diálogo con los adultos mayores y viceversa. El resultado, serán
generaciones dónde se habrán compensado carencias y se habrá reducido el
conflicto social.
A modo de ejemplificar, mencionaremos un caso dónde, de manera injusta e impune se obstruye el vínculo entre abuelos y sus nietos. Los protagonistas de esta historia son F.R y A.D., dos abuelos octogenarios y sus dos nietos, quienes tienen hoy, al momento de escribir este artículo, apenas 10 años y 7 años, respectivamente.
A modo de ejemplificar, mencionaremos un caso dónde, de manera injusta e impune se obstruye el vínculo entre abuelos y sus nietos. Los protagonistas de esta historia son F.R y A.D., dos abuelos octogenarios y sus dos nietos, quienes tienen hoy, al momento de escribir este artículo, apenas 10 años y 7 años, respectivamente.
Estos abuelos de lunes a jueves, se encargaban de cuidar a sus nietos, los mediodías los iban a buscar al colegio y al jardín respectivamente, proceder dentro del sistema familiar, que se dio asi desde muy temprana epoca para facilitar la funcionalidad de dicho sistema dada la disponbilidad laboral de los padres de los niños. Los cuatro, nietos y abuelos, desarrollaban en plena armonia, mencionada por ellos mismos, las actividades cotidianas: los abuelos les daban de comer, jugaban con ellos,
hacían las tareas escolares, pasaban toda la tarde juntos hasta que legara la hora en que su madre, generalmente, los recogia. La sensacion manifiesta por cada uno era de sentirse felices, y en el caso de los abuelos, felices y necesarios al poder tener cerca a sus nietos y ayudar a los padres de los mismos.
Sin tener en cuenta la palabra de los niños, por decision unilateral no sólo pierden todo vínculo con su papá sino
también con sus abuelos. No obstante, luego de una ardua y extensa lucha tras una presentación judicial, - un
año después de la misma -, la abuela logra un régimen de visita
informal. Verían a sus nietos, cada cinco días durante dos horas, en un espacio abierto y publico (shopping).
Durante algunos meses esos dos abuelos, mayores de ochenta años, con frío,
calor, viento, lluvia, o la condición que fuera, cada quince días, "veían" a sus
nietos.
Por su
parte, la madre de los chicos, empleando una estrategia deliberada de
obstrucción, buscó todas las maneras posibles de “destruir” ese régimen de
visita informal. Argumentando que los niños se “aburrían”, llevaban amiguitos
de los menores para que, estos abuelos de más de ochenta años tuvieran también
que cuidar de ellos. Esto lo hizo desde inicio del régimen de visita y, el
Juzgado había acordado las visitas precisamente porque los niños querían ver a
sus abuelos.
Imagínemos ahora dos personas mayores en un shopping con cuatro, cinco niños corriendo por
alli, queriendo ir a los juegos, aquí, allá y, con la responsabilidad que eso
comportaba no sólo para con sus propios nietos, sino también tener que cuidar a
sus amiguitos; sumado a esto, los gastos en que estos abuelos incurrían: alimentación, casa de
comida rápida, juegos electrónicos, golosinas, etc. Demasiado para dos
jubilados que sólo ganaban una jubilación mínima, que tomaban el colectivo para
ir a ver a sus nietos, incluso A.D (el abuelo) refiere que se ha presentado enfermo con
fiebre, para no perder esas dos miseras horas cada quince días. Ante esta situacion, manifiestan que sí querían
estar con sus nietos, pero sin amiguitos; ante lo cual la madre de los chicos (abogada, no es un dato menor) realiza una presentación judicial exponiendo que
los niños no deseaban ver a sus abuelos. Contradiciendo lo planteado en el inicio del proceso, donde los niños habían manifestado en el juzgado que sí querían ver a sus
abuelos y ahora, ¿porque decían que no?
En
el juzgado nuevamente, sin investigar o tomar medidas adecuadas, se desoye a los mas vulnerables, los ancianos y los niños. Vulnerabilidad y desproteccion, el resultado: sin régimen de visita provisorio informal.
Pasado un año que estos nietos no ven a sus abuelos, y estos a sus
nietos. La justicia tardó más de un año en realizar la primera audiencia para
establecer un régimen de visita provisorio, al que muy inteligentemente la madre interrumpe obstruyendo el vínculo y la justicia en su ineficacia, acompaña sin tener en cuenta los lazos afectivos y necesarios, que producen, tal como mencianabamos, "un enriquecimiento a dos vías para ambas generaciones".
Estos
abuelos ya muy grandes, viven en una gran tristeza. Creemos que esos niños, en
su interior, también. Seguramente no se lo explican. No pueden entender. Todos
pierden...
Esta historia no es un caso aislado. Son miles y miles de casos que a diario se vive hoy en día dónde,
por egoísmos, odios, “problemas de los grandes”, niños y abuelos pierden todo contacto
con una parte de su familia. Pero, además los niños, pierden para siempre, parte de su
identidad que jamás recuperarán. Estos vínculos quebrados, enajenados para
siempre, son de muy difícil reparación. Dos viejos, muchos viejos, miles de
viejos, mueren de tristeza y dolor. La peor de las enfermedades. Los peores
síntomas.
(el presente articulo es parte de los temas a desarrollar en el proximo curso de Psicogerontologia en Campo Vincular Salud)
*Gustavo J. Pérez Zabatta: Gerontologo, Psicologo social, Director CESA, Centro de Estudios Sociales Argentino.
Campo vincular es un equipo de profesionales de diversas corrientes
y disciplinas para la salud, "vinculados" por una misma mirada de empatía,
compasión y respeto en el vinculo con el paciente.
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Teléfono:3964.406
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